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LA CASA DE LAS BRUJAS…O DE LOS GATOS

“La casa de las brujas o de los gatos”, así titulaba el encabezado. Llena de curiosidad busqué la crónica, además del título sugestivo, llamó mi atención el momento en que reconocí la olvidada casa en la fotografía. Pero desilusionada comprobé que estaba mal retratada la historia y el recuerdo. Entonces decidí que un día, pintaría con mis propias letras, la imagen que tengo del pasado y presente de ese montón de escombros olvidados. Y este es ese día.

Hace unos treinta años, tal vez más, mis tíos maternos que eran tres varones, hicieron un negocio de intercambio. Tenían una casa grande con ventanas de madera coloniales en el sector de la pista o el Edén como coloquialmente es conocido el sector. Hoy en día es un espacio bastante comercial, pero otrora estaba ocupado por casas de ancianos al menos en mi memoria. La casa estaba al lado de la de mi bisabuela, ésta última después fue convertida en “putiadero”… Pero esa es otra historia. La cambiaron por tres lotes para construir  tres apartamentos; un par para dos de mis tíos, uno para mi abuela y una Finca de 30 cuadras en un lugar muy alejado del pueblo, nos tomaba unas 2 horas llegar en nuestros años mozos. El extenso terreno campestre quedó dividido en 10 cuadras para cada uno, en medio de ellas el espacio asignado al tío Nicolás tendría además una casa grande, dado que a él no le tocó lote en el pueblo.

Mientras se hicieron las negociaciones y se construyó la casa de mi abuela en el pueblo, hicieron un ranchito de madera burda en la finca, levantado como una palomera, con lo que podría decirse una única y amplia habitación. Bajo ella quedaba un fogón - más una fogata que otra cosa - donde se preparaban los alimentos, y el baño al aire libre, por eso había que hacer pis antes de acostarse, porque de noche podía ser peligroso o al menos muy frío. En esa cabañita improvisada cabíamos casi diez personas, en fila y bien acomodados porque básicamente tenía como ancho el largo del más adulto y de por sí en mi familia no hay gente muy alta. Un día nos llegó la noticia que ese ranchito encantador y maltrecho había desaparecido en la hoguera que formó el fogón y ese día nos quedamos sin lugar al que regresar de paseo.

La esperanza para nuestras futuras vacaciones estaba en el caserón que  empezó a construirse en terreno del tío Nicolás. Ese lugar de desproporcionadas dimensiones estaba hecho a la medida de la imaginación del tío Jorge y sus ideas aristocráticas que con el tiempo quedaron convertidas al igual que esa casa sin terminar en meras ideas. Tenía un espacio para la chimenea, amplios corredores, varias habitaciones con capacidad para albergar a toda la familia presente y futura, baños, un gimnasio, un aspecto rústico pero colonial trazado con troncos gruesos cortados en la misma finca que le daban imponencia a su estructura, mis tíos con una cierta conciencia ecologista consideraban importante conservar la madera en su aspecto natural, tal vez a mi abuela se le ocurrió que podía colgar algún cacharro, pero no creo que fuera la idea inicial de las ramificaciones de las columnas, a menos que fuesen canastos de flores o hojas verdes. Alcanzamos a caminar por el corredor de la parte delantera del segundo piso porque a la parte de atrás no le pusieron tablas para caminar, ellas llegarían a medida que se efectuara la tala controlada de árboles y la resiembra de los mismos. Pero pese a una tala indiscriminada de la que mis tíos nunca recibieron los réditos, las maderas nunca llegaron, y de hecho cuando paso detrás de la casa, veo menos tablas de las que había cuando estaba chica.

El dinero rápidamente empezó a escasear y ese proyecto ambicioso quedó como quedan las cosas cuando la falta de dinero y ceso abundan. Los tíos por un tiempo más insistieron en la tierra pero no mucho en la casa. Jorge tenía varios plantíos, era muy constante pero no le daba para vivir, así que con el tiempo y talvez también por su iglesia, buscó otros horizontes. Nicolás ha permanecido de manera intermitente, pero es un poco perezoso y de no mucha iniciativa, ha vivido y dormido muchas veces al abrigo de las ruinas de su legado, hasta recibió unos gatos castrados que rechazó la suegra de Jorge, y los tuvo de inquilinos un tiempo,  hasta que el mismo tiempo los fue exterminando uno por uno. Y Frank que es quien más ha persistido en la empresa, vivió un tiempo de ermitaño, no en la casa porque estaba sin terminar, armó un cambuche estilo militar bajo un plástico y se mantuvo a punta de yogures fermentados por él mismo hasta que posiblemente acabó con la resistencia de sus huesos y ellos empezaron a encorvarse sin voluntad, pero nunca perdió la fuerza y la persistencia. Un tiempo estuvo cortejando a la esposa del aserrador, esa familia de andariegos tuvo cabida en la casona sin terminar, pero al igual que los gatos, también un día se fueron, no terminaron la casa y le dejaron un vacío más hondo. El ermitaño finalmente logró enredarse entre sus piernas una mujer resguardada del apremio varonil en una finca lejana del municipio del santuario, lo que lo obligó a cambiar el cambuche por una casa, curiosamente hoy que la veo está en peores condiciones que el cambuche y la casa colonial sin terminar. Y a pesar de intentarlo una y otra vez, de arar el campo, cuidar sus bestias y añorar con esas tierras, un día también desistió y abandonó.

Entonces, la terminación de la casa de la dos palmas como hace unos días la llamó mi esposo, porque le parece injusto el nombre de las brujas y los gatos, cuando ya hay más murciélagos que gatos, quedó suspendida en el tiempo. Los niños que jugaban con Joe – El perro de los tíos – y corrían por esas montañas y tenían habitación reservada en la casona, ya tienen otros niños, y tuvieron que olvidarse de las vacaciones y los trabajos campesinos. Frank algunas veces dijo que lo piso una bruja, pero ese tipo de mitologías campesinas abundan esos campos sin ser culpa de la inconclusa morada, de hecho el dicho popular reza “yo no creo en las brujas pero de que las hay las hay”. Los tíos si están enfermos, un poco cansados y muy pobres, pero ninguno se ha muerto de cáncer como decía la crónica, ni tampoco viven en la Ceja, creo que Frank querría para volver a visitarla más seguido, pero vive en el santuario y los otros dos en el mismo pueblo. La idea de hacerla una finca ecoturística la he tenido un par de veces, pero la finca no es mía, y ese no es mi fuerte. Al principio no quería escribir porque parecía un desquite petulante de quien tiene su propia verdad, pero luego di gracias a ese estudio poco profundo, que miró en la pupila olvidada de mi historia familiar, para dejarme un olor a humo y pasado en las venas y estas páginas.

Escribir un poco de los retazos que guarda la memoria, de lo que quisimos y nunca fue la casona, no escribir sobre los sueños que ya llegamos a tener de nuevo después de recordar que existía, evoca ese escritor cruel que un día dijo “el olvido que seremos”, porque estoy convencida que la muerte es el olvido.





Ela. 



RETRO – TECNO

Después de ver a mi mamá – quien siempre se quejaba de la juventud de hoy en día pues no se despegan de los video juegos y la televisión – en una lucha incansable porque no se le acaben las vidas en Candy crush y que para descansar de ese juego se dedica exclusivamente a series de Netflix, me pongo a reflexionar sobre el avance avasallador que ha tenido la tecnología en la última década.

Me recuerdo con mis otros dos hermanos, esperando un aparato tan mágico como una nave espacial, de color beish claro, donde hicimos nuestros primeros helados de chocolisto, esa nevera que llegó un día por la noche a casa, nos desveló, no sé si por la magia de la novedad, o porque nos tardamos mucho esperando que se congelaran para probarlos, pero eso no pasó hasta el día siguiente. Ese aparato era una cosa extraña que llegó a ocupar un lugar privilegiado en nuestra casa de tierra fría. Ahora que no puedo vivir sin una nevera y que me la paso buscando una que tenga un congelador más grande, me pregunto como pudimos vivir nuestros primeros años sin esa cava, ¿qué hacía mamá para conservar los alimentos?, pero finalmente pienso que las costumbres alimenticias hoy son muy diferentes a lo que eran antes; en la variedad no estaba el placer, sino en la costumbre, los fríjoles eran en la noche, y la porción justa para terminarlos entre toda la familia, no había variedad de quesos, a lo sumo una mantequilla hecha con leche que mamá batía en la mañana y se gastaba en esa misma mañana, incluso al terminar la arepa con que la combinábamos, nos la comíamos sola, no hacíamos jugo todos los días, pasábamos con agua de panela y sus variedades: chocolate con agua de panela, tinto con agua de panela y limonada con agua de panela, a lo sumo si quedaba un poco la utilizábamos para los ojos para no pasarnos con lagañas y servía era trasnochada.

Nuestro primer televisor era muy pequeño, la mitad de la pantalla de mi computador actual, cuadrado y muy lindo. Por muchos años me negué a despegarme de ese tiesto blanco y gris como los colores de su proyección. Hubo todo un evento cuando llegó a casa el primer Televisor a color, y creo que fue el ultimo regalo que mamá recibió de los que llamaba “para la casa”, por lo menos de parte de mi papá, porque nosotros después le regalamos un día de la madre un reloj que tenía cara de lápida y no nos quedó ganas de volverle a dar regalos “para la casa”.  Obviamente como era de mamá, ella decidía lo que se veía en él. Ambos, el pequeño que duró una eternidad y éste nuevo, estaban pegados a una antena aérea, era toda una hazaña lograr una buena imagen porque dependía de una antena, de ahí el primer atentado que recibió el TV a color. Por más o menos un año, nos vimos avocados a vivir en la zona rural del municipio donde crecí, para nosotros como niños fue una hermosa experiencia, un poco incómoda porque teníamos que viajar en bicicletas, y no teníamos la casa a la vuelta de la esquina como cuando estábamos en el pueblo, lo que nos obligaba a pasar mucho tiempo donde otras personas que nos acogían. Siempre tengo en mi mente a mi hermano pequeño en una camiseta naranjada, y un sombrerito que le estaba deformando la cabeza, parecía que hubiera nacido con él, nunca se lo quitaba, eso y la arena atreves del último tramo de carretera, son las imágenes inmediatas que tengo de esa finca que quedaba a sólo media hora del casco urbano y en la que pasé un hermoso año de mi vida. Ya estaba entrando en la adolescencia, en ese momento donde uno no sabe si es niño, porque ya para eso es muy grande, ni si es adulto, porque aun es muy chico. Entonces volviendo al televisor, estaba unido a la antena de aire en lo que podría llamarse el patio de la casa, pero es que en el campo los patios se unen con toda la finca e incluso otras fincas. Sentimos un estruendo que parecía haber explotado una bomba nuclear, corrimos todos a la habitación de mamá, cuando vimos el cuerpo robusto medio deforme del TV tendido en el suelo, había caído de la altura del chifonier donde mamá lo había ubicado, era demasiado para ese aparato, no había nadie jugando cerca y mamá lo había puesto ahí para que nuestra desparpajada conducta no le hiciera daño. Cuando verificamos que había pasado, al parecer una vaca que se encontraba por los sectores aledaños, estaba tratando de sintonizar una cadena, porque no gustaba de las clásicas novelas que en ella se veían, en fin después de una reparación, ese televisor dio guerra muchas años.

Finalmente de la televisión el recuerdo más próximo que tengo después de la programación monótona y muy educativa que presentaban por los dos canales que para entonces se proyectaban, fue la competencia internacional que a ellos les llegó de la única parabólica de mi pueblo. La llamaban la antena o la parabólica de don Ruben. Era el nombre de su propietario, un hombre adinerado casado con una profesora de escuela que tenía cierta influencia en la localidad. Hoy que conozco el sentido comunitario de estas antenas y cómo se manejaba en mi pueblo, estoy cada vez más convencida que en los pueblos las personas se aprovechan  del conocimiento en su propio beneficio. Lo cierto es que en esa parabólica de joven varias veces intenté, con otros compañeros, elaborar algunos programas de orden social, pero don Rubén nos pedía tanto dinero que era casi un imposible, y más fácil lo hicimos en una antena pirata que interfería las señales locales para dar películas completas sin comerciales, eso era una maravilla, era como el netflix del momento, y nosotros sin costo alguno pudimos hacer un par de telerevistas, lo malo es que no era un acto lícito y terminaron por desmontarla. Cuando llegó la parabólica yo era muy consciente, recuerdo que tendría para entonces unos 10 años, me la pasé un sábado completo viendo televisión que precisamente no era a color, de esos hombres con los que soñaba y esperaba emparentar algún día, películas de Pedro infante y Jorge Negrete. Para entonces adoraba su caballerosidad que era tan parecida a los cuentos y los libros que leía, a los ideales de hombre que tenía en mente. Por lo demás mamá era una mujer muy estricta con la televisión, decía que estábamos muy chicos para ver novelas, por eso nunca vi los pecados de Inés de Hinojosa, ni quinceañera, novelas de las que todos mis compañeros hablaban luego en clase, de contrabando y eso porque mamá estudiaba de noche, me vi Calamar, que era una especie de Calimán como el que tenían las revistas de mi tío Frank, unos días a la hora de almuerzo me veía apartes de “Topacio” no mucho, pero lo suficiente para saber que mi tío Jorge me llamaba así sólo porque tenía el cabello largo, porque por lo demás ningún otro parecido, luego lo cambió a la mencha, al menos ella era de cabello largo, rubio y rizado como el mío, ese día descubrí que mi tío no era ciego, sino que antes no tenía otra mujer bella con quien compararme más que con Topacio.

En verdad si bien mamá era muy cuidadosa de los programas que veíamos, no significa que no vimos nada, lo lícito era sentarnos frente a la TV toda la mañana a ver un programa que se llamaba la “alegría del saber” y luego “plaza Sésamo”, esos dos programas en mi mente se mezclan, no se con claridad qué contenía de diferente cada uno, en todo caso ambos eran educativos. Recuerdo mucho unos muñequitos en cartón, tratando de enseñar francés, será por eso que cuando pienso en una lengua extranjera, la única opción viable que se me ocurre es esa, un cierto cariño con olor a hogar me llama hacia esa lengua, en cambio el inglés está negado completamente a mi mente consciente.

Mamá habla mucho de los pitufitos azules, y yo tengo el recuerdo vago de ellos, lo que implica que sí los veía, pero seguramente con menos periodicidad, porque no tengo imágenes tan claras. Candy y la avejita maya, que sin duda eran programas eternamente traumáticos que debieron haber contaminado las esperanzas de mi generación, un par de programas de súper héroes, manimal, magnun, magyver y lobo del aire, eran los programas más violentos que veíamos, y yo llegué a enamorarme perdidamente de Automán, un personaje que teníamos que ver en la tv a color porque yo lo recuerdo con su traje tecnológico azul, era como una especie de holograma, ese fue sin duda mi primer amor platónico.

La televisión era como un premio, excepto por los programas educativos que sagradamente nos sentaban a ver, para dejar a mamá a hacer los oficios de la casa, que para esa época eran muchos con tantos niños pequeños, el resto era; o un plan familiar de los domingos como sentarnos a ver los magníficos a las 5 de la tarde antes de irnos a misa perdiéndonos todos los finales, o lobo del aire en la mañana al lado de mis hermanos, o uno que otro programa si uno se manejaba bien, si ganaba los exámenes, si hacía las tareas, bueno en fin con un “si” siempre por delante. Hoy tengo que pedirle permiso a mi hija Samanta para quitar a “pepa” – su programa favorito-  del televisor, y por lo general nunca la convenzo, la dueña de la programación es ella.

Y si la televisión fue un gran descubrimiento, ni que decir de esos dispositivos auxiliares que algunas personas tenían, nunca nosotros, apenas me vino a tocar ahora en la edad adulta un Blu-ray,  para hacerse una idea de la pobreza tecnológica con la que crecí. Eso no significa que la desconociera. Con mi amigo de mecato en la producción de algunos materiales para el grupo de comunicación que liderábamos, los tuve muy de cerca, primero ese gran reproductor llamado betamax, era demasiado grande, aunque el disco no tanto, pero sí era grueso, para quien no pueda imaginarlo: es como insertar por el orificio de un cesto de basura, un libro de literatura, más o menos esas eran las proporciones. Ese aparato era mágico, devolver y adelantar una película, eso no nos cabía en la mente, más que verlas nos gustaba devolver y adelantar o rebobinar el disco, eso era toda una hazaña.  Incluso tuve una hermosa película de Charles Chaplin que se la terminé regalando a un tío porque no tenía donde verla. Luego Llegó el VHS, era un aparato más sofisticado, no tan grande pero la película sí lo era, en términos generales no eran muy diferentes, era sólo como un beta mejorado, en él se podían grabar imágenes directamente de la televisión, no sé si con el beta también, pero era más común que se hicieran anuncios sobre las ventajas de grabarlas, para no perderse del final de las novelas, en el VHS. Quien iba a pensar que años más tarde pasaríamos al singular concepto de un disco compacto, ni por el asomo de la curiosidad alguien cavilaría que allí se condensaría tanta información, pues para entonces entre más grande era mejor.

Mi muy escasa experiencia con los video juegos, está representada en la imagen de una caja negra, un poco más pequeña que una caja de zapatos y unos controles que se tomaban con la mano como claves musicales, el “Atari” aún siendo un lujo mayor, sí pasó por nuestra casa, de hecho tengo la idea que no era nuestro, sino de un primo que siempre estaba al día en ese tipo de tecnología. Lo cierto es que sólo era uno para los tres, y mis hermanos en especial David eran muy acaparadores, y para ajustar a mi mamá le dio por decir que eso dañaba la pantalla del televisor y erradicó pronto y por completo esa plaga. Entonces de él tengo mínimos recuerdos, un par de veces jugué algo que creo que se llamaba gallet; era un hombrecito de traje, se agachaba y saltaba para evitar el contacto con los objeto y se le terminara una vida, subía escaleras y entraba por algunas puertas y así pasaba de piso en piso, creo que no eran puertas sino asesores, alguna vez también un juego de carros que cambiaba el aspecto del clima y la carretera, de pronto uno de futbol que no se si lo jugué o sólo lo vi jugar, no creo que mis hermanos hubieran explorado muchos juegos diferentes, porque cada uno implicaba tener un casete tan grande como el de un beta e insertarlo en la consola, y no creo que hubieran inventado los casetes piratas, así que seguramente eran muy costosos. 

La tecnología informática llegó a mí a través del D.O.S., ese era el sistema que existía entonces y no sé en realidad si eso es un sistema, un programa o qué es, no es que hoy sea muy experta en las tecnologías actuales, donde lo único que uso es Word para escribir, power point para cualquier trabajo que requiera mayor edición, Excel para listas y sumas y algunas aplicaciones que uso en el trabajo, nada más.

Lo cierto es que en clases de informática, teníamos una sala de computadores, para aprender a encender el equipo, apagarlo e insertar el disquete, de pronto crear una carpeta o copiar información y eso no era tan fácil como ahora, eventualmente realizábamos cursos adicionales para aprender algunos comandos básicos, que en últimas no se qué hacían. Recuerdo que yo me inscribí a uno y la mayor producción de ese curso fue el certificado, el cual imprimimos en esas formas continuas que se tiraban a partir de una impresora de cinta, con un ruido estrambótico, que a veces se pegaban o se enredaban y se perdía mucho papel, hasta lograr ubicarlo nuevamente.

Como se vaticinaba que los avances tecnológicos nos obligaban a saber mucho al respecto, entonces recién graduada del bachillerato mi mamá me pagó un curso de caligrafía, consistía en llevar una máquina que pesaba muchos kilos, casi más que yo, a una escuela donde me enseñaría a usar todos los dedos. Aguanté ese peso por no más de un mes hasta que me di por vencida, empezando porque esas máquinas de escribir requerían de mucha fuerza para presionar las letras y mis dedos delgados y debiluchos terminaban trochados en cada intento. Eso y mi mala ortografía jamás hubieran obtenido un título por ese medio. Yo no entendía cómo podían suceder que las secretarias de la alcaldía escribieran en esos artefactos con sus uñas bien largas y mirándolo a uno a los ojos y yo no podía con uñas cortas y mirando el teclado.

El primer programa que recuerdo se llamaba Word perfect, un editor de texto parecido a Word y sin ofender marcas, pero para mí servía para lo mismo, lo que ha mejorado es que es más amigable. Lo tenía el computador de la Casa de la Cultura, donde además había llegado el internet, aún no sabíamos para que servía ese sistema ruidoso, pero al parecer se utilizaría para saber qué cosas se podían consultar en los libros de la biblioteca.

Recuerdo que entonces decía: “si mamá tuviera con qué, podría regalarme un aparato de esos y me tendría en casa todos los días pegada a él escribiendo”, eso me parecía un estado ideal, siempre fui mala para hablar, pero adoraba la comunicación escrita; intercambiaba cartas con estampillas a mis amigos, que demoraban en llegar un mes, y otro para recibir respuesta, jamás imaginaría que las conversaciones podrían llegar a ser instantáneas. Cómo sería mi tristeza cuando después de un mes se me retornaba una por error en la dirección. Les echaba perfume, les pegaba pensamientos disecados, y me extendía después de un saludo de cortesía en múltiples observaciones sobre la vida, sobre las dudas, sobre todo lo que tuviera en común con el receptor, una que otra poesía mía y todo mi afecto, insistiendo en que esperaba respuesta. Cuando se me anunciaba que tenía una carta, ese día mi corazón palpitaba como si un gran amor hubiera llenado ese papel de poemas.

Cuando crearon la primera sala de internet, estaba a media cuadra de mi casa, pensaba que el internet sólo servía para entrar a una página que se llamaba latinchat y era para hablar con personas de otros lugares de Colombia e incluso de otros países. Mi experiencia de ese chat fue tan desilusionante como hoy deberían ser muchas redes sociales, pero la superficialidad se terminó volviendo de moda. Como no todo es malo, aun conservo un amigo peruano que conocí en ese chat, se debía usar un seudónimo, y sólo aparecían letras, nada de fotografías, lo que era aprovechado por los usuarios para crear perfiles falsos, recuerdo que mi amigo era la única persona que hablaba seriamente y se interesaba de temas trascendentales, por eso aún tengo contacto con él. Lo que no olvido es que mi amigo me preguntaba cual era mi MSN, pasaron años después de perder contacto con él, para cuando supe que me estaba preguntando, pero por Face, él me localizó luego.

Mi primer correo electrónico no lo cree yo, un amigo lo hizo, y yo a duras penas aprendí a manejarlo, luego más experta se lo cree a mi mejor amiga, a mi mamá y a muchas otras personas. Es así como el uso de esas tecnologías se fueron esparciendo rápidamente como una plaga. Pareciera que fue ayer cuando escuchábamos en la distancia ese ruido armónico del PC conectándose a internet, sin que nadie pudiera tomar el teléfono porque nos quedábamos sin señal, o cuando nos reuníamos para ver la televisión en una casa ajena o toda la familia en la habitación de mamá, que íbamos al teatro a ver la película de una vieja proyección, que escribíamos cartas en papel, que nos enterábamos de lo que pasaba en el mundo sólo en el noticiero de las 7 y muchas veces eran noticias que había acaecido días anteriores. Hace nada nos despertábamos en un mundo lento, donde leer un libro era el plan más divertido, salir a mirar los verdes colores del campo, y las noticias más actualizadas eran los chismes de los vecinos. Pero ahora estamos en línea, sabemos igual de rápido sobre el divorcio del sacristán,  un tren estrellado en Inglaterra, la deposición de un presidente latinoamericano  y el asalto a nuestra cuenta bancaria. La tecnología avanza tan rápido que cada segundo nos desactualizamos más, estamos obsoletos y no le seguimos el paso, en contraposición a la maravilla que nos generaban los cambios en la lentitud del pasado. Nos sentimos ahogados si perdemos o dejamos el celular en casa, no imaginamos un mundo desconectados, yo misma no concibo escribir estas líneas  en papel y lápiz, y de hecho uso casi todos mis dedos, aunque las pantallas táctiles sólo requieran del índice.


Es increíble que estando tan unidos estamos cada vez más separados, tenemos grupos familiares en Whats app, pero no tenemos tiempo para reunirnos y muchas veces sólo compartimos textos que ya otros nos compartieron y que sólo tenemos que copiar y pegar. Conocemos de primera mano la información sobre la corrupción de los políticos de turno y los seguimos eligiendo como recompensa a su mal desempeño, tenemos cosas que nos deberían hacer la vida más fácil, pero terminamos trabajando más y teniendo menos tiempo libre. Bienvenida la tecnología y que siga avanzando más, pero ojalá un día la pongamos a nuestro servicio. 



LOS PRESIDENTES.
CONTADO DESDE LA IGNORANCIA POLÍTICA E HISTÓRICA
- SOBRE MIS EXPERIENCIAS DE VIDA -

Desde que tengo uso de razón, escuché hablar de un presidente que se llamaba Belisario Betancur. Recuerdo en esa época donde personas muy adultas me decían: “pero niña ¿cómo que no sabes quién es Belisario Betancur? Si a ti te tocó ese presidente” pero yo juraba que no sabía quién era y ahora que miro su biografía definitivamente esa cara nunca la había visto y para 1982 cuando inició su período presidencial yo apenas tenía 3 años y para cuando terminó seguramente no veía noticias, porque nunca olvido un rostro y sólo puedo recordar su aparición en las palabras de personas adultas que se indignaban porque yo no sabía quién era. Hace unos años me pasó lo mismo pero a la inversa, cuando le dije a mi sobrina ¿recuerdas la hora Gaviria? Ella asombrada me dijo y ¿quién es Gaviria? Yo no podía creer que ella no lo supiera, entonces supe que ahora yo había envejecido.

A quien sí recuerdo con más claridad es a Virgilio Barco, pero mis recuerdos se sitúan casi a finales de su carrera, cuando hago memoria de sus presentaciones televisivas. Era un anciano de aspecto tranquilo, siempre vestido de traje. Cuando ya de adulta vi envejecer a cada persona que ocupaba tal dignidad, me preguntaba si ¿Barco había llegado a ese cargo anciano o si la presidencia había llevado su longevidad a ese estado?. Creo que el sujeto estaba involucrado en ciertos asuntos muy importantes, pero yo sólo podía recordar su pasividad. Pensaba que los presidentes no hacían nada complejo, que eran como una especie de príncipes dedicados a ser servidos, unos personajes algo decorativos con aspectos importantes pero nada más.

Mi conciencia política de la mayor dignidad del estado, fue hacia ese hombre de voz nasal que de algún modo me molestaba tanto cuando hablaba, como cuando lo hacía la reina de belleza Paola Turbay. Ese hombre delgado, bien vestido, de cabello lacio y oscuro, tez blanca, , muy joven, tuvo una participación casi accidental en la historia, por lo menos en ese momento de la historia que inició de un modo doloroso. Por eso antes de detenerme en los recuerdos suyos, quiero pensar en lo que evoco de ese momento anterior a su presidencia.

Aun tengo en mi memoria unos carteles que en su momento eran monocromáticos y debieron ser de un rojo intenso, pero que solo puedo rememorar con el casi rosa que terminaron antes de ser arrancados por completos de las paredes, después de permanecer allí muchos años. Representaban un hombre beligerante de cabellos rizados,  rostro redondo partido por un bigote abultado y expresión de fiereza, una mano levantada al aire y una camisera tipo polo. Tardé mucho en identificar con certeza ese personaje en la historia política del país, porque solía pensar que su nombre era Gaitán, hasta que dos producciones cinematográficas me aclararon la diferencia entre Gaitán y Galán; se hablaba tanto de estos dos personajes con cierto orgullo, además iniciaban con las dos primeras letras iguales y terminaban con las mismas dos últimas. No sé ¿porqué? Pero siempre los confundí. Lo cierto es que la imagen del cartel rosa siempre representaba para mí ambos nombres, entonces yo sabía de quien hablaba, sin importar el nombre que pronunciaba, pues no tenía imagen alguna del otro personaje.

Sería mucho decir, si me aventurara a manifestar que conocía sus postulados políticos o sus propuestas de gobierno y los apoyaba. Para nada. En el fondo del alma sentía que era liberal, porque mi pueblo de algún modo lo era y mis padres también. Entonces tenía la idea que eso era como el apellido o el equipo de fútbol, y ser liberal tenía que ser algún tipo de legado, creo que guardé su imagen en un lugar importante en mi memoria porque seguramente jamás tendré otro tipo de herencias.

La imagen más clara que tengo de Galán es la de su muerte. Recuerdo que estaba con mi padre, madre y hermanos viendo las noticias, cuando repetidamente y con estupor transmitían la imagen macabra de su muerte. Hoy en día me pregunto si no es mucha información para unos niños; yo a lo sumo que era la más grande tenía 10 años, mis dos hermanos pequeños 8 y 7 años, tal vez ellos ni se percataron de lo que estaba pasando, yo estaba tan aterrada que sólo puedo recordar que estaban a mi lado, pero no sé si jugando o viendo la tele cuadrada y grande como un cajón de historias en puntos lloviznados de colores. Yo de hecho inicialmente no entendía muy bien la imagen, apenas me estaba familiarizando con la idea misma de la muerte, como para entenderla en el mundo real. Era un vídeo rápido con muchos sonidos. La cantidad de noticias que se vinieron después  y que reiteradamente mostraban ese momento me dejaron muy claro el asunto, el líder que tenía esperanzado a "mi partido" y a mi país, había muerto. Yo sentía cierta extrañeza por la preocupación de todos, porque en mi mente era una especie de superhéroe, y los superhéroes no mueren. También lo pensé luego con Pablo Escobar – porque no conocía su historia de terror, sino sus hazañas, entonces siempre lo vi como un hombre superior - y otras personas que en mi mente infantil fungían como tales.

Mi mayor tristeza era no poder entender porque ese hombre valiente que se había tirado en voladora y que todos llamaban guardaespaldas, sin tener ningún poder especial, había arriesgado su vida y nadie le veneraba de igual manera, pensaba que tal como el poderoso Galán, tendría esposa, hijos, madre, una vida, pero nadie lo mencionaba, nadie sentía dolor por su partida. Veía las repeticiones y sólo me atraía ese hombre de traje gris, él se robaba toda mi atención, ignorando al caudillo que estaba tirado bajo su cuerpo. Ahora que lo pienso ni siquiera sé si el guardaespaldas murió, sólo sé que no dudó en ponerse en medio de las balas y eso me parecía ridículo, yo sólo pensaba en que nadie podía tirarse a la muerte por voluntad propia. En fin, el país lloró con dolor la muerte de ese prócer del partido liberal en quien todos creían y tenían puesta su fe, y en su reemplazo llegó el presidente de voz insoportable que movilizó muchas cosas en mi recuerdo patrio. 

Cesar Gaviria fue el sucesor de la campaña ganada que tenía Galán, como años más tarde lo hiciera el presidente Santos con la bendición del presidente de la derecha Álvaro Uribe Vélez, presidentes que he padecido en mi madurez y de los que sí tendré más cosas que decir en otro momento.

Había escuchado muchas veces esa frase “Al Cesar lo que es del Cesar…” y entonces relacionado a su cargo, la importancia que representaba y su nombre, yo pensaba que ese sujeto era una especie superior de gobernante, y de allí su nombre. Entonces, lo miraba con cierta atención, obviamente con la atención que puede tener una jovencita en una edad tan inocente y ajena de los prejuicios políticos, aunque con mayor interés del que un joven común presentaría a esa edad por las situaciones del gobierno. No sabía si debía odiarlo o amarlo, algunas cosas me maravillaban, y otras me hacían aborrecerlo. De allí debí entender que es más fácil tener un amor o un odio ciego de los que profesan los conceptos ampliamente caudillista difundidos por los partidos políticos en la actualidad, donde simplemente todo lo que haga el que se apoya es bueno y todo lo que haga el contrincante es malo. Así no hay que tener un juicio racional sobre cada actuación, que cuesta tanto y requiere tal conocimiento sobre cada materia. Yo por mi parte, he estado divagando entre los extremos y los puntos medios, algo inclinada la balanza y sin poderme convencer de nada y de nadie con fiel perseverancia.

Me pareció un asunto de mucho movimiento en medio de tanta pasividad en el país que conocía, el cuento de la séptima papeleta que sin duda tenía una honda en el ambiente de mucha agitación nacional, aunado a todo el asunto de Galán, o por lo menos en mi mente todo se relacionaba. ¿Cómo había salido de allí algo tan magnánimo en el gobierno y de un presidente tan joven como la carta política de la que se hablaban maravillas? y que aun en la universidad pude experimentarla como un avance para el pueblo, y no digo que fue idea o hechura de Gaviria, pero si estoy convencida que los presidentes pueden obstaculizar o hacer efectivos proyectos, además los presidentes eran el único gobierno que conocía, no tenía idea de nada más, entonces para mí era su constitución.

En el colegio se volvió cátedra obligatoria, en contraposición a lo que se decía de la anterior que incluso era oculta, y sólo jueces y abogados podían acceder a ella, floreció un mecanismo más innovador aun como la tutela, y ese para mí es el mayor triunfo de esa carta. Este elemento tan cercano al pueblo, incluso en mi infancia me benefició y lo hace con cada ser humano que se queda sin opciones. Cuando los organismos de salud inclementes frente al estado de salud de mi madre, que por descuido se ha convertido el pan diario de cada día en nuestra familia y se ha hecho su modus vivendi, se negaban a cubrir unos medicamentos que finalmente le dan algo de estabilidad frente a una de sus muchas dolencias. Mediante una tutela que elocuentemente elaboró mi hermano el comunicador social, logró que se le humanizara un poco ese servicio, aunque fuera a regañadientes. Así nos traten de socialistas – y no digo que no tenga esa tendencia - a quienes la defendemos, sin duda la tutela es un regalo para el pueblo en defensa de unas organizaciones económicas que se mueven por poder y dinero, y que esos mismos poderes tratan de derrocar desde que la parió nuestra Carta Magna. 

Hablando de garantías y herramientas, tengo que hacer un paréntesis que viene a mi memoria, y es cómo llegó a mi conciencia la idea de los derechos. Tuvo que ser antes de la constitución política porque los tenía gravados al reverso de unos cuadernos de páginas amarillas sobre su portada color mostaza, y, esos cuadernos los utilicé en la escuela. Era como una honda de los derechos humanos que proclamaba en especial derechos muy puntuales que teníamos los niños. Entonces yo blandía ese texto a mis padres cada vez que sentía vulnerados mis derechos con la amenaza de que un día los iba a demandar. Creo que por esa razón tuve que estudiar derecho, porque no sabía como más cumpliría mi promesa.

Volviendo al presidente Gaviria, recuerdo mucho su famosa hora, que nos puso a madrugar desde más temprano y a acostarnos igualmente antes de lo acostumbrado. Todos al unísono en el momento indicado pusimos creo que por única vez en la historia del reloj, a marchar al mismo ritmo nuestros cronómetros, los que debieron ser adelantados una hora. Creo que nadie más ha sido tan osado como para alterar la naturaleza de ese modo, entonces eso me convenció más del poder de ese Cesar.

El racionamiento que condujo al presidente a tomar esta medida, significó un gran sacrificio para el país. Años más tarde escuché que fue producto de malas decisiones, pero para entonces sólo era un mal global. Debía racionarse el suministro de energía porque estaba agotada y el clima era adverso, entonces conocimos el petróleo, la gasolina y luego el gas como otras alternativas para suplir la energía eléctrica, mostrando que para cada adversidad hay múltiples posibilidades y los colombianos somos aprendices mesurados y pacíficos. El caso es que en mi memoria, la única  abnegada era mi madre que estudiaba de noche y tenía que hacerlo bajo la luz de una lámpara que no iluminaba con mucha fuerza su aula de clase. En cambio mi vida se tornó muy divertida. Nos reuníamos con todos los vecinos, que la mayoría eran de mi familia o había crecido jugando futbol en la calle con ellos o “toma todo” en la sala de alguna casa, entonces eran muy cercanos. Elaborábamos juegos que no necesitaran de mucha iluminación, inquiríamos las formas de las estrellas que se compadecían con las constelaciones que en las mañanas buscábamos en los viejos libros de la biblioteca, contábamos historias, cantábamos melodías a varias voces, bailábamos, era todo un programa cultural y recreativo al que nunca le sacábamos tiempo, excepto porque en las horas de la noche no había electricidad, entonces yo me preguntaba si no debían quedarse así las cosas. 

Un día eso terminó y la vida volvió a su estado inicial, compartiendo poco con los vecinos, sin tiempo para esos asuntos, pero eso sí, con energía eléctrica. Movimos las manecillas del reloj y la hora se equilibró con la naturaleza. Nos demoramos un poco de tiempo para retomar la costumbre del sueño, pero ahora no es más que una página de la historia que no sé si es contada, porque mi sobrina no sabía de ella.

Mi madre y otras señoras, que yo veía como impecables, bien vestidas, hogareñas y hacendosas, años atrás habían fundado una cooperativa de confecciones, hacían unas bellísimas y delicadas camisas de bebé, que exportaban, según recuerdo a Alemania. Mi madre y las otras señoras se ayudaban con eso para no ser del todo mantenidas por sus maridos y aportar algo en el sostenimiento de sus hogares, hasta mis hermanos y yo nos ganamos unos cuantos pesos pegando botones y puliendo los excesos de tela en esas diminutas prendas de vestir. Entonces un día ese presidente que empezaba a ganarse mi admiración, porque había llevado, creía yo, bien esa tarea del destino, se tiró en la venta de esas decentes señoras, con un demonio que se llamaba apertura económica y que era un concepto defendido a capa y espada por el partido liberal. Desde entonces repudié la herencia del partido y me cuestioné qué intereses tenía ese señor para ser tan cruel con esas nobles damas que nada le habían hecho.  No entendía de lo que mundialmente significaba, y en verdad no me importaba, porque el mundo ya no compraba esa hermosa y delicada ropita que hacía tan feliz a mi mamá y nos daba cierta independencia a nosotros sus hijos.

Creo que ahí perdí el interés por ese hombre, y sentí cierto desgano de las pasiones que generan los asuntos políticos. Años más tarde volví a saber de él cuando fue nombrado secretario de la OEA, inmediatamente dije, “fijo vendió al país por ese puesto”, comentarios normales de los que hacemos en el pueblo cuando no tenemos conocimientos sensatos de cultura política, o de los que hacen los que saben, para manipular votos. Finalmente escuché hablar de nuevo a ese hombre ya sumamente maduro, con muchas más canas de las que salió de la presidencia - porque como he dicho, desde que tengo conciencia que todos los presidentes que ingresan jóvenes, salen viejos de ese cargo - lo escuché hablando en un tono mesurado e interesante del proceso de paz. Creo que en última instancia es un personaje que nunca podré entender si me repugna por su voz y las decisiones que me afectaron, o si me genera curiosidad por la inteligencia de sus decisiones y sus pronunciamientos. 

Estuve a punto de saltarme los dos presidentes que siguen, y realmente pasaron cosas muy importantes en sus gobiernos. Creo que las circunstancias actuales hacen parecer como si los dos últimos presidentes fueran los únicos que tiene el país. Agradezco a mi memoria eventual por traerlos de regreso y no permitir que se escaparan.

Lo mejor del presidente Ernesto Samper Pizano, es su hermano el periodista, en repetidas ocasiones he leído sus escritos y realmente son contundentes y divertidos. Frente a la opinión pública fue el presidente del proceso ocho mil, la frase popular “aquí estoy y aquí me quedo” y ese habladito arrastrado que bien representó en muchas oportunidades Vargas Vil. Si no fuera por todo el escándalo del proceso Ocho mil, creo que hubiera sido en mi memoria otro Virgilio Barco, tierno y sin mucho movimiento, pero sin duda la realidad de la corrupción evidenciada en ese proceso movió los cimientos de la democracia en este país e inició un desgano sobre lo político que ha desembocado en la polarización extrema actual.

Por aquellos años había crecido un poco, pero no por eso tenía madurez política. Sólo puedo recordar que eran dos candidatos, uno muy apuesto que veía como un desperdicio que pasara por la envejecedora presidencia de la república y otro pequeño, sencillo y con aspecto de osito cariñosito. Finalmente ganó el derecho a la ternura, pegándome descaradamente del título hermoso de un libro de un autor de apellido Restrepo. Su contrincante era acérrimo en la lucha y yo simplemente lo veía como un perdedor herido, de esos que no asume con dignidad la derrota y pelea hasta el cansancio, y ese cansancio fue la siguiente presidencia, porque finalmente en medio de todas las investigaciones, la aprehensiones causadas por malversación de fondos que el electo decía “fueron a sus espaldas”, el presidente y su fuero resultaron impolutos y se sembró en el poder como el mismo lo decía “aquí estoy y aquí me quedo” hasta el final de su período.

En realidad ese hombre nunca me molestó, siempre me hacía sentir más incómoda el otro, que siendo más grande se metía con ese pequeñín movido por un interés morboso de ocupar su escaño. En mi memoria por muchos años quedó la imagen de este otro liberal como si hubiera pasado por su cargo con más pena que gloria, como si sólo hubiera calentado el trono presidencial sin hacer absolutamente nada. Años más tarde tuve la oportunidad de tener una conversación con alguien más versado en el tema, quien me habló de programas de los que hoy se vanaglorian muchos dirigentes que iniciaron en su gobierno, del criterio y las ideas de orden social que tenía además de su carisma, pero en últimas no estoy contando más que mis sensaciones en cada tiempo y además de la ternura de abuelo que me generó en su momento no puedo recordarlo en la historia con un nombre diferente que el del proceso ocho mil.

En orden cronológico y evidente  tenía que ser nada más y nada menos que Andrés Pastrana el siguiente presidente, y la verdad no esperaba menos, donde a ese hombre no lo nombren en ese cargo quien se lo aguanta otro período haciendo pataleta porque perdió. En ese momento supe que era conservador, y de algún modo sentí alivio por haber nacido liberal, porque me daría mucha pena ser seguidora aunque fuera por legado de un pataletoso de esos, de hecho ya no lo veía tan bello, pero mi vecina gritaba a los cuatro vientos, ¡ganó ese papasote!, o sea que yo no era objetiva y la visión de mi vecina no fue afectada por las pataletas, o ella que ya era adulta entendía que no eran pataletas, sino las verdaderas razones que él tenía para lo que pasó en ese momento.

Finalmente lo miré siempre con desinterés, alguna vez dije: “para que hizo tanto ruido, si finalmente sin tenerse a él mismo haciéndose persecución, debía verse lo que hacía, pero se notaba menos que mi osito cariñosito”. Hasta que finalmente tuvo una participación muy sonora en la historia del país que había empezado con su campaña. Voy a contar algo que puede ser un garrafal error con la historia, pero me prometí a mi misma contar mis recuerdos sin corroborar verdades históricas. Tengo un recuerdo vago de un guerrillero, si no estoy mal Marulanda Velez, que llevaba una toalla en el hombro, regalándole un reloj, y esa fue su bandera como ahora es la de Santos.  Él pretendía terminar un conflicto que ya llevaba muchos años en Colombia y que ha causado muertes interminables – loable propósito – pero la verdad terminó peor que el presidente del proceso ocho mil, porque él que era un presidente conservador para quienes son muy importantes los conceptos de autoridad, terminó metido en la grande, entregando partes del país en una zona llamada de distención, desde donde después se supo que se fortalecieron las fuerzas armadas reveldes, se cometieron graves delitos y fracasó otro proceso de paz. Mi memoria no me alcanza para saber cuando fueron los otros procesos, entonces para mí fue el primero, sin duda nefasto, pero en algunas ocasiones defendí a ese conservador de otras personas que como yo también eran ignorantes en el tema, porque me parecía muy injusto que todo el país se le fuera encima, finalmente él tenía buenas intenciones, que culpa tenía el pobre que los otros se le hubieran salido de control, si pasaba en las familias con los adolescentes como yo lo estaba experimentando, como no iba a pasar en un país y una organización de tantas personas, además el país le reclamaba acciones y esa fue la que a él se le ocurrió.

Como todo en el país y a consecuencia del fracaso del Caguan, necesitábamos un salvador, Pastrana lo fue de la corrupción, la violencia y los secuestros. Uribe lo fue de la guerrilla, y sobre eso cimentó su campaña, sobre el fracaso de Pastrana, pero es tan inteligente que ha logrado tenerlo a su lado cuando lo ha necesitado sin que le haga berrinches. Es sin duda uno de los presidentes que más emotividad y participación en discusiones me ha causado. Quisiera ni hablar de él para no empañar esta visión transparente y sin influencia que hasta entonces tuve de la política del país, pero como dejar de lado un hombre al que todavía más de medio país llama el presidente Uribe, en lugar de ex presidente, aun cuando su sucesor lleva dos mandatos.

Al inicio tengo que reconocer que tuve voluntad de no aceptarlo, le tenía desconfianza por las cosas que se decían de su Gobernación de Antioquia, estaba recelosa a no creer en él, pero el problema que tenemos los colombianos sin formación política es que nos convencen con un par de artimañas bien montadas. Entonces alguien en quien creía y decía conocerlo como amigo me explicó un par de cosas de su carrera política, me convenció de mi ignorante opinión sobre su radicalismo, que para nada era un hombre de extrema derecha, que por el contrario venía del partido liberal, había pasado por el sector democrático y por lo tanto era un hombre de centro. Si bien no entendía lo que era eso porque siempre había considerado que uno era de izquierda o de derecha, y era liberal o conservador, eso de ser de centro debía ser como medio malo y medio bueno, y yo sólo lo veía como malo, entonces tendría cosas que aprender, y medio me dejé convencer, además paraqué, pero el hombre tiene un discurso embelesador, como orador Maquiavelo diría de él este es mi perfecto príncipe, y no sólo por su oratoria sino también por sus estrategias, su libro de cabecera, dentro de la biblia que debe cargar para mantener su imagen de niño Dios de atocha, debe ser el libro del florentino, porque lo sigue al pie de la letra.

De él tengo vivencias más que solos recuerdos, creo que el más noble de ellos fue el amor que mi mejor amiga le profesaba, una foto de él con una colombina en la boca que le regalé como recordatorio, en la que sí parecía un ser humano común y corriente y no el semidiós en que se ha convertido, ese sombrero aguadeño que habla de nuestra cultura arriera y su tecito de valeriana. Por lo demás tengo recuerdos cuando estaba en la Universidad de un hombre más cercano a un dictador que a un presidente demócrata, con una aversión irracional por la participación ciudadana, que cuestionaba todas las instituciones y que si por él fuera las hubiese radicado todas en su cabeza, se parecía demasiado a su homólogo venezolano y que me perdonen los uribistas por la comparación, porque sé que para ellos es un sacrilegio, pero yo no notaba diferencias entre la cuasidictadura de izquierda del uno y la de derecha del otro, creo que por eso chocaban sus egos de magistral forma.

No quiero darle más largas a este personaje, excepto para decir que uno de los muchos cambios que emprendió contra la hermosa constitución política fue para perpetuarse en el poder, lo que le permitió una reelección, y que si no es frenado por la corte constitucional hubiese sido reelegido eternamente, porque hizo su mayor esfuerzo pero no le alcanzó. Y que trató por todos los medios de acabar con esos diabólicos mecanismos terroristas modernos como la participación ciudadana y la tutela que no pudo derrotar con sus esfuerzos, y de los que hoy ridículamente y en su beneficio, es abanderado. 

Me siento un poco incómoda sin duda con este recuerdo, no es tan grato, efímero y ausente como los demás recuerdos, y sin duda hace parte de la polarización en que se sumió el país a partir de ese momento. Todos los candidatos que son de la inclinación política de quien los describe hacen todo perfecto y sus opositores no hacen nada bueno. El problema es que ya no se de qué partido soy, porque si este sujeto es del partido liberal y de centro, es decir, de mi partido heredado y medio bueno, medio malo, como me considero yo misma, y no es de mi gusto y en realidad termino por no gustar de nada, ¿será que soy como una especie de ateos de esos que se casan por la iglesia. Termino hablando de política sin creer en que sea posible la redención? O ¿será que ya parezco de esas viejitas que van a misa a criticar los escotes de las amantes de sus vecinos en lugar de concentrarse en el evangelio?, no lo sé, pero es que quisiera verle lo bueno y poderoso que le ven sus seguidores, esos que se rasgan las vestiduras y hoy creen que la participación ciudadana que ayer era terrorismo, es el camino.  Pero dejémoslo descansar en paz, que si esto lo lee un uribista voy directo al cadalso, y mi intención es recordar no polemizar.

En esas ironías de las historia aparece como marioneta de circo el último presidente que me ha tocado, me da hasta pereza hablar de él, pero que se puede hacer, si ya forma parte de la historia patria, y por partida doble porque para ajustar se pegó del quebranto a la constitución de la reelección y ya lleva dos períodos. Lleva sus cejas levantadas, tez blanca, un poco rubio o ya canoso, tiene cara de perverso, pero refleja cierta inocencia, tiene el peor de los discursos, pero tiene una voluntad férrea. Ese hombre sí que es un personaje misterioso, dicen que es neoliberal pero ha participado de algún modo de todos los gobiernos, siempre que lo veía en acción me confundía más y sentía que menos sabía de política, porque lo veía cambiar como veleta sus posiciones, de hecho me molesté con los uribistas cuando hablaban maravillas de él. Cuando fue ministro de defensa de su antecesor, terminó siendo tan recalcitrante como el mismo Alvarito y teniendo esas discusiones acaloradas y polémicas con el presidente Venezolano, creo que el país hasta olvidó su paso por hacienda y sus demás apariciones en la vida política, porque este era otro hombre, el uribista. Cuando el ministro de agricultura que era en estampa de la misma envergadura del gobernante de turno, fue apresado por malversación de dineros públicos, apareció en escena el conocido chuqui, pasando por encima incluso de personalidad como Germán Vargas Lleras que por trayectoria e ideologías parecía el digno representante de la mano firme que hasta entonces imperaba, pero en su reemplazo el sabio Álvaro, muy conocedor de la política del país, le dio la bendición a la veleta política que hoy tenemos como presidente y en lugar de asumir la responsabilidad por su desacierto volcó el país en una riña sobre quien están a su favor o en su contra, y así es como quienes no lo veneramos terminamos siendo señalados como santistas, seguidores del personaje macabro que finalmente salió de su regazo.

Pero ese santos tiene su cuento, ha hecho cosas que yo misma no creía que podría lograr. Si bien es más longevo, sin duda tiene excelentes estilistas, porque en las últimas fotos no sale tan acabado y canoso como los otros presidentes. Se ganó un novel de la paz, por el segundo esfuerzo que yo he conocido por terminar con el flagelo de la guerra que ha azotado el país los últimos 50 años, en ese último proyecto yo sí estuve de acuerdo, así como defendí a pastrana también lo defendí a él cuando la campaña del sí y el no, obviamente fue defensa entre amigos porque no me da el patriotismo para mas, pero me aburrí con los resultados y en ultimas no sé en qué va eso, me parece muy triste que si las verdaderas víctimas del conflicto quieren que cese y están dispuestas a perdonar, nosotros se los neguemos con artilugios políticos, pero se respeta la democracia y si el país quiere que continúe es mejor no meterse en esos asuntos y que responda la mayoría. Por ahí escuché que van a revocar el mandato de este presidente, si lo logran me parece excelente porque en ultimas pondrían en funcionamiento una herramienta que es muy bella, sobre la que quise hacer mi trabajo de grado y que en ultimas concluí que casi no sirve de nada, pero eso enseñaría mucho de participación ciudadana, si es en verdad ciudadana, y no parte de la polarización partidista que siente que tiene que recoger el error de su oveja descarriada.



En un intento...

EL PINCHADO

(7 a.m., Julio César sale de su casa para el trabajo, a la hora habitual. Es 24 de diciembre y está lloviendo, se ve retrasado por la congestión en las calles. 7:05 a.m. Tiene que frenar porque un motociclista se pasó un semáforo en rojo y pasa muy cerca de su vehículo.)

JULIO CÉSAR: (furioso, suena la bocina en repetidas ocasiones y se pone a refunfuñar sin que se le entienda nada) ¡Fíjese por dónde va, que primero me lo llevo por delante y me sale más barato que el arreglo del carro!

MOTOCLISTA: (hace una seña con su dedo medio y sigue su camino)

JULIO CÉSAR: ¡Por eso engrosan las cifras de muertos en esta ciudad!
(Llega a la calle San Juan, cinco minutos más tarde, se escucha un fuerte sonido de rin y asfalto).

JULIO CÉSAR: ¡Mierda! Siete y diez, me cogió la tarde.
(Se baja del auto se pone el gabán en la cabeza)

JULIO CÉSAR: ¡Lo que me faltaba!
(Saca el teléfono y llama a su secretaria, mientras sostiene con la otra mano el gabán)

JULIO CÉSAR: Contesta, por dios, contesta… ¡dónde carajos te metiste!
(Reintenta la llamada)

JULIO CÉSAR: Si no me contestas, vas a saber quién soy yo y de lo que soy capaz.
(Insiste)

JULIO CÉSAR: No pues, bonita manera de empezar el día.
(Tira el teléfono)

JULIO CÉSAR: (Mira el carro tratando de entender que pasó, le da una vuelta y exclama)
¡Ah, una llanta!

 (Un carro que ha quedado detrás del suyo le pita varias veces esperando que se mueva)

JULIO CÉSAR: (Grita estresado) ¿Es ciego o no ve que se me pinchó la llanta?

CONDUCTOR: (Pasa a su lado y acelera con rabia, chisgueteando a Julio César con el agua represada)

JULIO CÉSAR: Además de ciego, grosero. ¡Imbécil!
(Se mira, se quita el gabán y lo guarda en el carro, saca un pañuelo, se limpia un poco)

JULIO CÉSAR: Ahora si quedé de exhibición.

(Pasa una taxista, con su vehículo colorido y adornado para las fiestas decembrinas, justo por su lado)

TAXISTA: ¿Señor, está bien?

JULIO CÉSAR: (Con ironía) ¿Usted qué cree?

TAXISTA: (También con ironía) ¡Que está perfectamente!

 JULIO CÉSAR: Mire, no estoy de humor para las bromas de nadie y menos las suyas.

(Se escucha el sonido de un bus que acaba de frenar)

TAXISTA: Si desea puedo ayudarlo.

JULIO CESAR: La verdad no creo que usted pueda hacer algo por mí.

TAXISTA: ¿Y por qué cree eso? ¿Por qué soy mujer?

JULIO CESAR: Yo no he dicho eso, pero ya que lo menciona…

(La taxista sigue detenida por el taco que forma en ese momento la congestión, pero empieza a mover sus dedos en señal de querer partir pronto, y voltea su cara para ignorarlo, mientras tanto Julio César abre la maleta y empieza a mirar las herramientas del auto)

TAXISTA: (Se ríe en tono de burla) Por la cara que tiene usted no tiene ni idea de cambiar una llanta ¿o me equivoco?

(Ahora se escuchan pitos de carro en escala, porque la taxista queda deteniendo el tráfico, mal parqueada)

TAXISTA: (Grita al aire) Si tienen mucho afán pasen por encima.

JULIO CESAR: (Recoge el teléfono e intenta llamar de nuevo) Pero… ¿dónde se mete esta mujer cuando la necesito?  (Pausa)

¡Ah, ni que hubiera matado un cura!

 (Y dirigiéndose a la taxista, le pregunta) ¿Es que acaso usted sí tiene idea de cómo montarla?

TAXISTA: (Parquea el carro delante del de Julio César y se baja desafiante)  ¿Tiene llanta de repuesto? ¿Puede pasarme el gato? 


 Julio César se nota un tanto sorprendido, la taxista insiste.
¿Puede pasarme el gato por favor? Ah, y la llanta de repuesto, obviamente.

JULIO CÉSAR: (Ataca) No me diga que aparte de cantar vallenatos también sabe…

TAXISTA: (Furiosa por las palabras de Julio César, se dirige a su carro y le pone más volumen a la canción que suena en la emisora “…porque hay navidades tristes y navidades alegres…”)

JULIO CÉSAR: ¡Qué gustico el suyo…¡ No ha escuchado ese adagio popular que reza “ni el vallenato es música…”

TAXISTA: (Sonríe irónicamente)

JULIO CÉSAR: (Resignado se dirige a la maleta) Acá está todo lo que necesita. Por cierto, debería tener más cuidado con ese botón, porque la va a terminar dejando en la calle. 

TAXISTA: (Se arranca el botón y lo tira a los pies de Julio César) ¡Tiene usted razón, debería tener más cuidado!

 (Ella saca el gato y la llanta de repuesto y se dispone a montarla)

(Por un minuto solo se escucha el ruido de los carros que pasan a su lado y de las instalaciones de luces y cánticos encendidas a su alrededor)

JULIO CÉSAR: (Desesperado, intenta llamar de nuevo) Maldita sea, ¿dónde estará metida?

TAXISTA: ¿Su esposa?

JULIO CESAR: No, mi secretaria.

TAXISTA: Claro, su secretaria. ¿Cómo se me va a ocurrir que usted pueda estar casado?

JULIO CESAR: (La mira triunfante, alzando una ceja) Bueno, por lo menos yo no estoy divorciado.

TAXISTA: Sí, ¿y por qué supone usted que yo estoy divorciada?

JULIO CESAR: Por la marca en su índice derecho.

TAXISTA: (Mirándolo fijamente) ¿Y qué más es evidente según usted?

JULIO CÉSAR: Que es una mujer religiosa, devota de la virgen del Carmen, que el taxi es suyo, seguramente le quedó del divorcio, pero no gana mucho dinero con él, que posiblemente estudia en las noches, y una carrera universitaria, que no tiene más de 25 años. Se casó joven y se dedicó a su esposo y ya divorciada  no tuvo otra opción que trabajar para mantener a Juan, su hijo, que usa zapatos bajos porque se le hinchan los pies, que tenía dos perforaciones en el oído, pero una se le cerró por no usar pendiente en él…

TAXISTA: (Interrumpe con un aplauso) No pues, ¿cómo lo llaman? ¿Tony Kamo?

JULIO CESAR: No soy adivino, solo soy observador.

TAXISTA: (Ridiculizándolo) Cualquiera hace eso, déjeme intentarlo. Usted vive con su madre, nadie le parece suficiente por eso no se ha casado, vive una vida aburrida, es insensible y huraño, tiene mucho dinero pero no sabe en qué gastárselo, el mundo no le gusta, y siente que este es el peor día de su vida porque se le pinchó una llantica de su BMW y su secretaria no le contesta el celular. ¿Me equivoco?

JULIO CÉSAR: (Mirándola fijamente, pero muy serio) Mire, hay cosas que uno no habla con cualquiera, mejor termine eso y vámonos (La última frase tiene que irla aumentando progresivamente porque el caos de la calle no le permite seguir hablando suavemente)

(La taxista lo mira indignada, sintiéndose mandada por Julio César)

(Ha dejado de llover, suena el celular de Julio César)

JULIO CÉSAR: Josefina, ¿dónde estaba metida? No sabe por lo que he tenido que pasar (del teléfono se escucha jeringonza). Bueno, bueno, las explicaciones déjelas para después, hoy ya no llego a la oficina, tome todos mis pendientes que el lunes los resolveré.

(Mira a la taxista y le reclama) ¿Qué está esperando para cambiar la llanta? ¿O es que acaso le quedó grande?

TAXISTA: (Ofendida tira todo, decide no ayudarlo y se monta a su taxi)

JULIO CESAR: ¿Cuánto quiere?

TAXISTA: (Lo mira con desprecio)

JULIO CÉSAR: ¿Cuánto quiere? El dinero es lo de menos, dígame cuánto quiere que yo le pago, pero no me deje aquí tirado.
(Silencio)

JULIO CÉSAR: (Gritando) Tranquila, váyase, no necesito que nadie me ayude, ni que me regale nada... váyase, váyase que yo puedo solo.

(Mientras prende su carro, ella lo mira por el retrovisor. Un perrito desorientado y muy aporreado trata de pasar la calle. Julio César se tira desesperado para protegerlo, pues puede ser atropellado por un carro. Lo carga y busca de nuevo el gabán en el auto y lo cubre con él)

(La taxista respira, Julio César intenta secar al perrito)

(La taxista conmovida se baja de su carro nuevamente)

TAXISTA: Está bien, lo voy a ayudar, pero con una condición, que se quede callado, una palabra más y lo dejo aquí.

(Julio César asiente y alza la mano derecha en señal de promesa, cuidando de no dejar caer al perrito)

(Taxista montando la llanta, Julio César parado al lado con el perrito en sus brazos).
FIN




2 comentarios:

Jorge dijo...

Sólo puedo decir que la palabras cobran vida, llenas de magia.

Edgar González dijo...

Excelentes escritos envolventes, con un sello de narración histórica, jocosa, satírica, agradable. Felicitaciones Mary.